Éramos unos niños, agitados, entre el descontrol del
sueño. Recuerdo que pretendía dormir temprano para volver a jugar con él, aquél
infante de cabello castaño, delgado, inclusive más que yo. Acariciábamos
nuestras mejillas y reíamos por todo, ¡hasta de nuestros nombres!; adorábamos
un auto de plástico que mi padre me había regalado unos meses atrás, en el
jugábamos día y noche, bueno, especialmente en el día.
Nos vimos crecer, compartíamos cada vivencia y
comentábamos acerca del cambio en nuestros cuerpos-en mayor parte él-, en
contraste a esto, íbamos teniendo gustos distintos. Llegaron ocasiones en las
que discutimos y nos distanciamos noches continuas, sin embargo, volvimos a
vernos.
Conforme pasaban los años me gustaba más, ¡demasiado!, y
le conté a mi madre, ella me tomó a loca-son sólo sueños, regresa a la
realidad, comentó-y lo que sucedía era que sí, eran sueños, pero lo sentía tan
cerca de mí, tan propio, y sabía que lo iba a encontrar. Tenía un diario de
sueños y en éstos analizaba cada experiencia a su lado, me encantaba, de hecho,
estaba enamorada de algo que ni siquiera había palpado en esta realidad.
Las noches que procuraba dormitar para observarlo, me
eran difíciles, los sueños lúcidos ya no tenía cavidad en mi mente. Me resigné
a que nunca podría encontrarlo, así que continué con mi vida, hasta que un día
lo sentí más cerca, estaba dentro de un joven, con las mismas características y
las mismas palabras. Éste era el primo de un amigo, residía en el norte del
país. Comenzamos a conversar, y algo me decía: es él.
Después de un tiempo de incertidumbre, estaba segura de
que aquél hombre de piel de luna, era mi dulce amado, pero él no estaba
enterado y no quería asustarlo.
Durante todo un año nos escribimos a través de
correspondencia, en cada carta olía su aroma, imaginaba sus ojos, la respuesta
de mi cuerpo ante sus manos y su alma en cada beso. Pasamos de todo: tristezas,
alegrías, y en especial, crecimiento. Los últimos meses ya no lo encontré entre
mis sueños y eso me espantó, también dejamos de hablar y sentía el vacío más
fuerte que ayer, entonces mi muerte era cercana, así lo vociferé.
Ayer, después de meses y años de palparlo entre el
viento, lo vi, fue más dulce que un ave durante el primer vuelo, verdaderamente
fantástico. Me tocó y fue como si la vida no tuviera momentos grises: era
feliz. Hicimos el amor y pasamos los siguientes días juntos, además
de contarnos y compartirle nuestra vida en pensamientos.
Finalmente, hoy, después de años a su lado, en este
mundo, me he enterado de que tendremos un hijo, y la noticia nos ha dejado
anonadados. Mirándonos a los ojos y hablando de esto nos dijimos: el fruto del
amor se contemplará en un ser nuevo. Después de amarnos, nos dirigimos hacia el
futuro incierto, ya sin miedo.